La arquitectura museográfica, de diseño sobrio, sencillo y monocromo para dejar todo el protagonismo a las colecciones —recipientes para libaciones, betilos o cipos del periodo fenicio; huevos de avestruz con decoración grabada o pintada, escarabeos y amuletos, ungüentarios o figuras y relieves en barro de época púnica; cerámicas de paredes finas, muchas de ellas de elaboración local, recipientes de terra sigillata y ungüentarios de época romana—, se pone al servicio de mostrar las diferentes actitudes ante la muerte a través de los materiales que fueron depositados como ajuar por familiares y allegados en los diferentes tipos de sepultura presentes en el yacimiento.

Las piezas se disponen en vitrinas perimetrales y vitrinas mesa, y la información queda concentrada en muros de vidrio opalino que sirven de soporte a pantallas de audiovisuales e interactivos, y a los cajetines de hojas de sala. La materialidad de lo expuesto sobre piedra caliza Bateig contrasta con la condición luminiscente de los recursos explicativos, separando en dos planos las colecciones de los elementos que sirven para explicarlas y situarlas en su contexto.